Jordi Gracia: "No veo abatimiento en el 'Quijote': veo a un señor muy feliz de su hallazgo"

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El barcelonés dedicará a Cervantes el pregón inaugural de la Feria del Libro, este sábado a las 13:00. Destaca la evolución intelectual del escritor, que le lleva a abandonar dogmatismos.

jordi-graciaLa inmersión en Cervantes ha sido en los últimos años para Jordi Gracia una fascinante, nutritiva rutina. El resultado es Miguel de Cervantes. La conquista de la ironía (Taurus), una biografía que aporta nuevos enfoques sobre el autor del Quijote. El catedrático de Literatura Española en la Universidad de Barcelona, entre cuyas obras también figuran El intelectual melancólico, La vida rescatada de Dionisio Ridruejo y José Ortega y Gasset, leerá mañana (13:00) el pregón inaugural de la Feria del Libro de Córdoba.

-¿Cómo realiza Cervantes la conquista de la ironía?

-La realiza gracias a la edad, el temperamento y la inteligencia. La realiza después de haber llegado a una edad que no es la edad de la madurez de nuestros 50 años, sino de la vejez. Cuando publica el Quijote tiene ya 54, 55 años, ha vivido la experiencia del desengaño de los dogmas, de los ideales absolutos, de las ideas irrefutables, y ha empezado a adaptarse a la realidad física de lo contingente, de lo variado, de lo imprevisible... Ha empezado a entender el mundo desde convicciones firmes pero ya no absolutas. Y ahí está creando ese mecanismo mental que es la ironía, no únicamente como registro de humor sino como forma de pensamiento, como forma de entender la doble verdad que casi todo tiene en la condición moral y humana de su sociedad y de su tiempo.

-Y ahí reside su modernidad...

-Cuando digo que Cervantes se sitúa en el centro de nuestro tiempo, quiero decir que a través de la invención libérrima, desatada, de una novela que no se parece a nada en su tiempo, está construyendo un mecanismo de expresión y de relato sobre nosotros que parte de la seguridad de que nada es seguro de forma absoluta, como pensamos nosotros ahora, después de despojarnos de múltiples dogmas, de la convicción de que la realidad es una y no puede ser de otro modo. De manera que es la novela la que está adivinando un futuro que no ha llegado todavía. Tardaremos 150 años al menos en aprovechar esto: los ingleses y algún francés descubrirán en ese libro toda esa modernidad que su propio tiempo es muy probable que ignorase.

-¿De qué manera afectan sus circunstancias vitales a esta evolución intelectual?

-La clave para mí es entender y aceptar, aunque hoy nos resulte un tanto incómodo, que ese muchacho de 20 años que huye hacia Italia porque ha pinchado con la espada en un duelo a un maestro de obras, se suma a los tercios para luchar contra el turco por absoluta convicción de fe, por la defensa de Roma como auténtica capital de la cristiandad amenazada por el turco, como alguien que está por la labor de una defensa implacable, resoluta, del imperio de Felipe II y de la fe. Y ese mismo sujeto es el que con la edad va a ir entendiendo de otro modo la fastuosidad de las grandes ideas, de los dogmas, la petulancia de creerse con una verdad excluyente y absoluta. Y por tanto, la etapa de Sevilla y en general la andaluza como comisario de abastos desde 1587 hasta 1600 o 1601 es probablemente la auténtica escuela de reeducación moral en la que vive Cervantes y de la que va a salir la intuición genial de un personaje como don Quijote, que primero es solo un botarate, un chalado, y después es un chalado sabio.

-Él asume que todo ideal conlleva una simplificación. Una enseñanza que ojalá estuviera más presente en los tiempos actuales...

-Forma parte de nuestra propia conciencia moderna. La modernidad ha aprendido a saber, al menos desde el proyecto de la Ilustración, que la realidad tiene más caras de las que creemos, que nada se puede simplificar en un blanco o negro. Casi todo tiene su blanco y su negro: eso está en el Quijote, eso forma parte de la lección más moderna y al mismo tiempo más involuntaria de Cervantes. Con esto quiero decir que una de las virtudes mágicas de la modernidad de Cervantes es la ausencia del sermoneador, del predicador: no hay catecismos, se ha acabado la era de los catecismos aunque solo unos pocos se han enterado, un Montaigne o un Cervantes.

-¿Para conquistar la ironía hace falta un fondo de amargura?

-No, salvo que a ti te parezca cuando empiezas a leer el Quijote que lo está escribiendo un señor amargado, resentido, rencoroso. A mí me parece que es un señor que está muy feliz del hallazgo que ha hecho de un personaje que le va a permitir hablar de la realidad, de la condición humana, de las contradicciones, de los sentimientos, de las emociones, desde la máxima naturalidad, desde el coloquio tranquilo de dos amigos, desde la amistad que va trabándose, sin dar lecciones a nadie, y sin embargo el lector se sorprenderá de estar ante intuiciones, diálogos, conversaciones francamente inteligentes además de muy divertidas.

-¿Qué tipo de novela o ejercicio literario quería él hacer cuando escribe la primera parte del Quijote?

-Yo creo que el origen verdadero es una novela más de las que ya sabemos, y nos consta documentalmente, que estaba escribiendo. Novelas como El celoso extremeño o Rinconete y Cortadillo. El Quijote sería una novela más, sobre un loco al que se le ha chalado la cabeza de leer tantos libros de caballerías y ha querido convertirse en un caballero totalmente anacrónico, patético y ridículo. Eso podía tener 30 o 40 páginas, como cualquiera de las novelas breves. Pero en algún momento Cervantes se da cuenta de que ese personaje le puede permitir hablar con la libertad a la que aludía antes, sin sermonear a nadie, de una manera siempre bienhumorada, de casi todo lo imaginable, a través de la itinerancia, del peregrinaje de dos personajes que van encontrando anécdotas, a los que van sucediendo pequeños episodios que a veces pueden ser trozos de comedias, incluso un entremés (porque a veces es francamente procaz en el humor, y otras veces más sutil, más sentimental...). Se da cuenta de que se está inventando un libro en el que caben todos los libros posibles, todos los estilos de su tiempo, a veces en parodia, a veces en serio, la novela de aventuras, la historia del cautivo, que está inspirada evidentemente en episodios que él vivió como soldado preso...

-¿Qué cambio de horizonte mental y de ambición hay entre la primera parte y la segunda?

-Yo soy de los que creen que empieza a redactar la segunda parte muy pronto, muy poco después del éxito total que tiene el primer Quijote. Seguramente la abandona intermitentemente para hacer las Novelas ejemplares y seguir escribiendo o pensando quizá en algo de teatro, para seguir escribiendo el Persiles... Pero el empujón que le lleva al segundo Quijote tiene que ver con dos cosas: una, reforzar la dimensión reflexiva de la obra; a pesar de que el personaje siga como una cabra, es cada vez más ponderativo, analítico, propositivo... Cervantes utiliza el segundo Quijote para expresar muchas ideas sobre el mundo con una transparencia y una claridad mucho mayores que en el primero. El segundo dato del impulso es el del final del Quijote, cuando se entera de que un intruso maldito, Avellaneda, se ha atrevido a continuar la historia con personajes que son ridículos porque están mal hechos: es una copia degradadora de don Quijote y Sancho. En los más o menos 20 últimos capítulos de la segunda parte escribe a toda mecha para ridiculizar hasta el exterminio el crédito y la respetabilidad de ese Avellaneda que él no dice quién es, aunque estoy totalmente seguro de que sabía quién era.

-¿Cómo ha planteado el pregón de mañana?

-Voy a intentar contar de una manera más articulada parte de las razones que hacen de Cervantes un sujeto absolutamente vital, vivaz, descartar de la imagen de Cervantes esa especie de tópico sobre su desengaño, su amargura, su rencor, sus desgracias y abatimientos. Yo no veo abatimiento en el Quijote: veo a un señor muy feliz del hallazgo que ha tenido.

-Ahí siguen las viejas ferias del libro...

-Tenemos más ferias del libro de las que hemos tenido jamás y me parece maravilloso que la gente se divierta paseando entre casetas, comprando libros o a veces solo mirando, a veces incluso tomando nota para pedirlos por Amazon y encargarlos a través del correo electrónico porque es más barato... Me parece fantástico. No veo ningún problema en que se multipliquen las ferias del libro por pueblos y ciudades.

-Después de Dionisio Ridruejo, Ortega y Gasset y Cervantes, ¿dónde pone el foco?

-Mi propósito iluso era quedarme en barbecho, que me sienta muy bien porque así se van ocurriendo cosas, pero estoy metiéndome de cabeza en Javier Pradera, cofundador de El País, fundador de la sucursal del Fondo de Cultura Económica en los años 60, fundador de Alianza Editorial y Claves. Por razones personales casi estoy metiéndome sin querer en sus intimidades procelosas.

[entrevista publicada en EL DÍA de Córdoba 15/4/2016]