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Domingo de libros - Opinión

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Los domingos por la tarde son el territorio de una devastación. Puede estar matizada, medida en el contorno de unas horas que se ocupan deprisa, si se vuelve del campo, por ejemplo, con el coche hasta arriba de cansancio abatido y también la impresión de que el sol se ha quedado dentro de la camisa, como un vapor ardiente que te acompaña a casa. Puede estar aterida, como el calor de hierba que se prende en las manos, que acaba en un chasquido tras apagar las ascuas: el propio aire se quiebra con la llama postrera, con ese olor dormido de los troncos limando su ceniza y la piel del carbón tiznando el rastro rojo de las horas, de los gestos y ritos, en una escritura de la realidad que es el espacio abierto cuando se queda solo, como si las voces también siguieran habitando su domingo una vez que los cuerpos abandonan la escena y las conversaciones se van apagando, más allá del crepúsculo, en su pinar último de luz. Puede manifestarse sutilmente, o con una tristeza que se abisma en las franjas doradas de las nubes, en la tonalidad cenital y salvaje de los cielos dormidos, pero el caso es que algo sucede los domingos por la tarde, algo se está acabando y algo muere en nosotros.

Volver a la ciudad. Eso es el domingo por la tarde, una especie extraña de regreso a la vida, quizá desde la sierra, desde el mar anguloso, pero también desde otras regiones más ocultas, exactas y brumosas, esa especie de rara latitud en que nunca dejamos de ser nosotros mismos. No sé lo que tienen los domingos por la tarde, quizá esa apariencia de terminación; pero algo ocurre, como si se tensaran los minutos en una fiebre extraña, en un dolor suave, con el plomo en las sienes y la esperanza casi suspendida en un latir exhausto. Una buena aliada puede ser la lectura: acercarse a los libros, tenerlos en las manos, acecharlos, sentirlos, descubrir la tensión en la orilla del tacto cuando abrimos un libro y comienza otra vida. Porque estos escenarios de la devastación pueden ser muy propensos para ciertos estados del paisaje, para una emoción nueva en la contemplación sin rigor de nosotros, sin ninguna exigencia y sin dureza diaria, con la serenidad natural de la tarde en ese mecimiento de su respiración.

Les propongo salir al Bulevar, a la Feria del Libro, esta tarde, y acudir a la presentación de Pan y cielo , la nueva novela de Juan Cobos Wilkins, editada por La Isla de Siltolá. Esto no es que sea un plan: es un planazo, para superar la indolencia general del domingo y encontrar el fulgor, o una complicidad en ese hermanamiento de la voz y el papel. Porque si hay un autor que acompaña y que enlaza en su caudal de horas, con su viento y su luz, con la hondura de tierra plena del corazón, en el timbre crucial de las emociones verdaderas, de la literatura como revelación de su sombra interior, con su acantilados, con sus cimas intactas y su lumbre encendida, ese es Juan Cobos Wilkins.

Ahora, justo un domingo por la tarde, nos encontraremos con esta novela, Pan y cielo , que cuenta una historia que parece cierta: la afiliación de un santo, san Antonio Abad, con carné y todo, a la UGT. Porque en la onubense Trigueros se celebra un rito singular: a san Antonio Abad, que había donado todos sus bienes a los pobres, se le devuelve su generosidad durante un día, recorriendo el mapa urbano en procesión mientras la gente le lanza un granizo de panes desde los balcones, las terrazas y las azoteas, sin más autoridad civil que la del pueblo. Desde la anécdota, en su facilidad para el destello y su articulación en la apariencia de normalidad, Cobos Wilkins nos abre el simbolismo de la historia hacia la actualidad, con su sorpresa y su fascinación.

Le acompañarán José Daniel García y Pablo García Casado, escritores con una verdad indómita en los labios, tras el canto cortante del estilo filoso. Poeta de biografía impura y para qué la poesía, de versos inspiradores para algunos jinetes, la presentación de Pan y cielo es un buen final dominical. Recuerdo ahora su pieza teatral Oferta y demanda , con una pintada: "No me dejes solo las tardes de domingo", dice un personaje. Si algo tiene la narrativa y la poesía de Juan Cobos Wilkins, es que no nos deja solos. Y eso es mucho. Con tanta humanidad, esta literatura es un pasillo hacia el patio interior de las voces dispersas, con su viento de tarde, del domingo acabado.

 

Joaquín Pérez, escritor.

[artículo aparecido en Diario CÓRDOBA 19/04/2015]