Del viernes 19 al domingo 28 de abril de 2024
"El público infantil tiene sinceridad; el adulto la ha perdido por ser cortés"
La autora de literatura infantil y juvenil, ganadora del Premio Barco de Vapor 2014 con su primera novela, 'El tesoro de Barracuda', mantiene un encuentro con escolares.
Tras una trayectoria dedicada al teatro infantil y de adultos, Llanos Campos (Albacete, 1963) decidió embarcarse en el mundo de la novela. Así surgió El tesoro de Barracuda, un libro con el que ha conseguido el Premio Barco de Vapor 2014 y en el que habla de unos piratas que encuentran un tesoro, que es un libro, y ninguno sabe qué hacer con él puesto que nunca aprendieron a leer. La autora mantuvo ayer un encuentro con escolares en el marco de la Feria del Libro.
-¿Qué acogida está teniendo El tesoro de Barracuda?
-Estupenda. Es mi primera novela y no podía soñar con llegar a tantos niños ni ganar el Premio Barco de Vapor con ella. Además se agotan las ediciones muy rápido y ya ha salido en Colombia. Más que las ventas, mi satisfacción es que a los niños les engancha la historia y están deseando que salga la segunda parte, que será en octubre. No puedo estar más feliz y espero estar a la altura.
-¿Qué inquietudes le transmiten los niños en sus encuentros?
-En particular se fijan en lo del premio, me preguntan por él. Eso a nivel personal, y a nivel del libro, esta historia realmente no termina, entonces la mayor parte de las preguntas es qué pasa después. Cuando me presenté al premio sólo quería que alguien lo leyera, por lo menos el jurado, pero no sabía si se podía presentar un libro que no termina, porque el final es abierto y habrá una segunda y seguramente una tercera parte. La primera lectora de mi novela fue mi sobrina Vera, que tiene 12 años, y cuando lo leyó estaba encantada, se reía un montón, y cuando la vi llorar en el último capítulo pensé 'lo he clavado'. También les llama mucho la atención la idea de una tripulación pirata que no sabe leer pero aprenden para saber si en el libro que han encontrado pone algo importante. Realmente lo que les cambia la vida no es el tesoro, sino aprender a leer. Éste también es un libro para compartir con los padres. Por ejemplo, a mi sobrina Claudia, que tiene seis años y está en la guerra de aprender a leer, cuando ve las dificultades que tienen los piratas se siente muy identificada.
-¿Le ha ayudado su experiencia en teatro a la hora de escribir la novela?
-Mucho, porque la novela se basa mucho en los diálogos. Eso es una deformación teatral. Ésta es mi primera novela pero he escrito mucho teatro para ser representado, nunca lo he publicado. Me gusta cómo evolucionan los personajes a través del diálogo, cómo se descubren y cómo descubren lo que sienten sin necesidad de que el narrador lo cuente. Creo que las conversaciones son una manera muy rica de conocer a los personajes. También me ha ayudado para saber qué les gusta a los niños. Me empeñé desde el principio en que la novela tenía que ser principalmente divertida. Creo que lo primero que hay que enseñar a un niño es que leer es divertido, porque lo es. Muchas veces, intentando que todos entren por el mismo aro, que lean las mismas lecturas, lo que hacemos es aburrirlos. La lectura es diversión, de muchos tipos, porque divertirte no siempre es reírte, sino interesarte, asustarte, emocionarte... El sentido del humor es la forma más rápida de llegar a la inteligencia de una persona. Personalmente, siempre digo que no me fío de alguien que no tiene sentido del humor.
-Además del humor, ¿qué elementos debe tener un libro infantil y juvenil?
-A mí no me gusta cuando los autores tratan a los niños como si fueran tontos, el mundo ha evolucionado mucho. Igual que ya no existe el típico paleto del que la gente se reía en los años 40, los niños hoy en día tienen mucho acceso a la información. Me molesta cuando la gente los trata como si no fueran capaces de entender cosas sino se las explicas como si fuera para bobos. Me gusta, tanto en mi teatro como en esta novela, utilizar cosas que los haga esforzarse en seguir pistas, estar atento, que pueda relacionar. Me gusta retarlos y creo que la mitad de las veces nos dan sopas con hondas. Sin embargo, hay un tipo de creadores que los tratan como si fueran eternas almas cándidas, y no es así, los niños son muy listos.
-¿Qué diferencia hay entre crear un libro infantil o uno juvenil?
-Con este libro me ha pasado que me escribe gente de 40 años a la que le ha encantado, porque una novela de aventuras se la puede leer cualquiera. El lenguaje no es tan distinto, sí los temas y cómo abordarlos. Siempre creo que hay que tirar hacia arriba del lector, prefiero que el niño tenga que buscar un par de palabras en el diccionario que dárselo todo mascado. -¿Prefiere el público adulto o el infantil? -No me decanto por ninguno. Yo imagino una historia y luego pienso para quién va. Pero sí que es cierto que el público infantil tiene una cosa muy importante que hoy en día se ha perdido porque somos demasiado corteses, que es la sinceridad. Al público adulto le metes una obra que es un pestiño pero como somos muy educados todo el mundo aplaude al final. Todo aquello de tirar tomates y alcachofas se ha perdido, cosa que creo que se debería recuperar, aunque sin tirar nada, para que el teatro vuelva a su lugar. Sin embargo, haces una obra para niños y desde el minuto cuatro sabes si les gusta o no porque empiezan a hablar. Ellos no entienden de cortesía, o les enganchas o no. Eso es lo mágico de trabajar con niños, que sabes a ciencia cierta que si haces una función y no se remueven en la silla es que lo has clavado. Eso es impagable.
-¿Siente la responsabilidad que supone la literatura como forma de educar?
-Sí, pero creo que la educación de un niño se compone de muchas cosas. En esta novela hablo de valores como la importancia de la amistad o de la palabra dada, pero realmente lo que quería contar es la importancia de aprender, que cuantas más herramientas tengas es más difícil que te tomen el pelo, que la sabiduría es un arma muy poderosa. En mi teatro hablo también de la tolerancia, de la importancia de ser diferente. Pero eso es un granito del gran engranaje que es toda la educación y que compete a los profesores y a los padres, que a su vez delegan mucho en los profesores.